¡Pues qué hubo putos!... Aquí terminando de leer otro libro. Si el nombre de Charles Bukowski no les dice nada, entonces no han vivido. Es decir, no han andado en puteríos, ebrios, desempleados y al borde de la pinche locura. Yo tampoco... por eso leo sus libros, para ver que pedo. Como ya es costumbre, les traigo un montón de citas que nadie va a leer. Si pasan por aquí, comenten algo. Háganme saber que existen, y si son mujeres, también háganme el amor. Denle una revisada al libro. Les va a gustar:
-¿Quieres quedarte con la casa
o prefieres mudarte? – me preguntó.
-Quédate con la casa.
-¿Y el perro?
-Quédate con el perro – dije.
-Te va a echar de menos.
-Me alegro de que alguien vaya
a echarme de menos.
Me levanté, me fui al coche y
alquilé el primer sitio que vi con un anuncio. Me mudé aquella noche. Había
perdido ya 3 mujeres y un perro.
Nena, eso es de parvulario.
Cualquier imbécil puede tener un trabajo; vivir sin trabajar es cosa de sabios.
Por aquí lo llamamos “chulear”. A mí me gusta ser un buen chulo.
¿Qué tienen de malo los anos,
nena? ¡Tú tienes un ano, yo tengo un
ano! ¡Tú vas a la tienda y compras el filete de una vaca que tenía un ano! ¡La
Tierra está llena de anos! ¡En cierto modo los arboles también tienen anos,
aunque no los puedas ver, sólo se ve que se les caen las hojas. Tu ano, mi ano,
el mundo está repleto de millones de anos. El presidente tiene un ano, el
lavacoches tiene un ano, el juez y el asesino tienen anos...!
Nos sentamos a beber en la
oscuridad, fumando cigarrillos, y cuando nos fuimos a dormir, yo no puse los
pies sobre el cuerpo o ella los suyos sobre el mío como solíamos hacer.
Dormimos sin tocarnos. Algo nos habían robado a los dos.
Llamé diciendo que estaba
enfermo aquella noche después de comprar papel numerado y reglado y una carpeta
azul de aspecto muy oficial. Me conseguí una botella de whisky y un paquete de
6 cervezas, luego me senté frente a la máquina y empecé a escribir. Tenía el
diccionario a mano. De vez en cuando lo abría por una página, encontraba alguna
palabra larga e incomprensible y construía una frase o un párrafo a partir de
ella. Me llevó 42 páginas.
-¿Cómo puedo trabajar 12 horas
por noche, dormir, comer, bañarme, hacer los viajes de ida y vuelta, ocuparme
de la lavandería y la gasolina, el alquiler, cambiar neumáticos, hacer todas
las pequeñas cosas que han de hacerse y todavía estudiar el esquema? – le pregunté
a uno de los instructores.
-No duerma – me dijo.
Le miré. No estaba tocando el
trombón. El condenado imbécil hablaba en serio.
-Algunos hombres están locos –
dije, yéndome hacia la puerta.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que algunos
hombres están enamorados de sus esposas.
Había ido al hipódromo después
de los otros dos funerales y había ganado. Había algo en los funerales que te
hacían ver las cosas mejor. Un funeral diario y sería rico.
-Mira, chico, ¿por qué no
dejas este trabajo? Enciérrate en una habitación a escribir. Haz tu vida.
-Un tío como tú puede hacerlo –
decía -, porque tú tienes pinta de muerto de hambre. La gente te contratará
porque pensarán que no puedes conseguir otro trabajo y que no te irás. Pero a
mí no me contratan porque me miran y ven lo inteligente que soy y piensan,
bueno, un hombre inteligente como este no se quedará mucho tiempo con nosotros,
así que no tiene sentido que lo contratemos.
Me sentí importante. Me habían
quitado tantas mujeres otros hombres, que por una vez sentaba bien que fuera
todo lo contrario.
Pobre cosa, pensé, pobre y
condenada cosita. No sabía entonces que algún día llegaría a ser una hermosa
muchacha con la misma jeta que yo, jajaja.
Entonces, yo prendí fuego a la
Oficina de Correos. (…) Yo solito, Henry Chinaski, había revolucionado el
sistema postal.

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