Pero ¡Oh, sorpresa! Me querían de vuelta en
oficina. Y entonces fui feliz… por 3 días. Y al tercer día no resucito la cosa,
sino que volvió a morir. Ese día me hicieron trabajar 24 horas, es decir, la
chinga de la oficina y ¡pum! Vete al turno de la noche a seguridad. Y así fue
durante un tiempo. Me quitaron la laptop que me habían dado en el trabajo de
oficina, y si el alma fuera materia, también me la hubieran quitado. Resignado
me hice a la idea que de aquí al final sólo quedaba lo de seguridad. A ratos
surgían la posibilidad de que me cambiaran hasta de obra en una zona más “nice”,
pero yo ya no tenía esperanzas de que eso pasara… y bueno que no las tuve,
porque no pasó.
Lo que sí pasó fueron más discusiones. Y en una
de esas exploté. Cerca del lugar de discusión estaban varios de los jefes
viendo como despotricaba contra uno de los Jefes de Relevo. Parecía que se
habían dado cuenta que suficiente había sido suficiente y ya era hora de darme
un trabajo serio, algo en lo que realmente pudiera dejar huella en la empresa.
Ese trabajo fue la reclamación.
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