martes, 11 de diciembre de 2012

La luz al final del túnel I: Érase una vez...




Hoy, día lunes, 10 de diciembre del 2012, renuncié a mi primer empleo.  Después de cinco meses de laborar (entré el 9 de julio) decidí que era mejor irme de esa empresa. Me trataron de convencer que semejante acción, a menos de una o dos semanas de vacaciones (y en consecuencia, de que pagaran quincenas sin trabajar), no era la manera de hacer las cosas. Sin embargo, llegas a ese momento de iluminación en que dices “ya no puedo más”. En serio. Ya no…

Y ya no pude más. Lo hice lo mejor que pude y ya no pude más. Hice lo que me pedían, incluso si no estaba de acuerdo o si era inservible dicha petición, y ya no pude más…

La historia comienza cuando, en medio de problemas familiares y personales, tuve que venir a hacer prácticas al Distrito Federal en una empresa llamada Proacon, empresa española dedicada a la construcción de túneles y a la minería. Tenía la idea que viviría un caos por la ciudad pero todo se compensaría con el trabajo, con poder dedicarme a la construcción de estructuras tan poco abundantes como son los túneles, con poder empezar mi carrera profesional con el pie derecho y destacarme en lo que tanto me gustaba… pero no. No fue así. La ciudad (y vivir por mi cuenta en ella) me alivió, y dicha empresa me causó tanto mal que puedo decir que ha devastado parte de mi ser. Decía Juan Rulfo en ese cuento tan exquisito que es Luvina: “Allá viví. Allá deje la vida... Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado”.

Claro. Siempre nos hacemos más viejo, más cercanos al allá que al acá. Pero no siempre destruyen nuestros sueños y esperanzas. Y a mí eso me pasó. Llegar a ese monstruo-ciudad y que lo primero que te digan es “aquí no estás contratado”, “lo peor que te puede pasar es que te manden a otro estado”, “es que no hay espacio para ti en este lugar”, “no sé quién te dijo que podías trabajar aquí”.

Pero se arregló. De pura suerte se arregló. Error del ITESM y/o error de Proacon, de pura suerte se arregló. Pero semejante error plantó la semilla del hartazgo, de la desesperación y rasgó esa paciencia que con la que uno empieza al afrontar un nuevo reto en la vida. Y si sólo hubiera sido eso…

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